Danilo de Assis Clímaco
Lo comunitario viene siendo
considerado en las más diferentes tendencias de izquierda como el campo
privilegiado de construcción de alternativas al patrón mundial de poder
capitalista y colonial/moderno. El s. XX enseñó que las formas de organización
de los pueblos que no mantienen una cohesión efectiva entre sus integrantes dan
lugar a élites dirigenciales que se distancian progresivamente de quienes
originalmente provenían.
Reina y jefa militar angolana Nzinga, sentada sobre uno de sus guerreros, dialoga con portugues |
Sin embargo, salvo importantes
grupos de mujeres, han sido muy pocas las reflexiones y las acciones que han
tomado en cuenta la diferencia de género en la constitución de lo comunitario.
Hace décadas que debió empezar un debate
masivo al respecto, incluyendo todos los sectores de la izquierda, sus hombres
y mujeres. Que lo sigamos postergando podrá costar una nueva derrota de las
luchas populares, puesto que el género toca en lo más íntimo nuestras
relaciones intersubjetivas y materiales: la identificación personal, la
familiar y la comunitaria están profundamente
relacionadas con el modo en el que percibimos e incorporamos lo femenino
y lo masculino. Nuestras maneras de sentir (amar, temer, sufrir…), de movernos,
de (inter)actuar, de pensar, quedan profundamente asociadas a cómo se vive, se
experimenta o se comprende el género. Por ello, un tejido comunitario
cohesionado depende, en gran medida, de relaciones de género dónde lo masculino
y lo femenino no estén opuestos, sino interrelacionados, permitiendo una
enriquecida vida emocional, corporal, intelectual y colaborativa.
Así,
no sorprende que, en los últimos 500 años, los grupos dominantes hayan
desplegado mundialmente una serie de estrategias que presionan los pueblos a
asumir formas de relaciones de género que deterioraron los lazos comunitarios. Hay un gran número de ejemplos históricos
mostrándonos que antes de 1500, en la mayoría de las sociedades, sean de
África, América o Europa las mujeres tenían importante poder a nivel económico,
político, espiritual y social. Había superioridad masculina, pero en la mayoría
de los casos, las mujeres eran propietarias de tierras, sacerdotisas,
productoras y mercaderas de bienes; en muchos otros eran autoridades comunales
o guerreras y por veces jefas militares máximas. Así, aun sin haber igualdad
entre hombres y mujeres, ellas no estaban imposibilitadas para tomar decisiones
sobre si y sobre sus pueblos como lo estuvieron después de la expansión
colonial capitalista.
Iniciado el proceso de violencia
expropiadora y explotadora que daría lugar al capitalismo: colonización en
América, tráfico de seres humanos en África y cercamiento de tierras en Europa,
los grupos dominantes no se demoraron en desarrollar estrategias de división
comunitaria mediante la manipulación del género. Sobre todo se propició un aumento en la
jerarquía entre hombres y mujeres de los pueblos dominados, para promover el
colaboracionismo de los hombres. Por ejemplo, los pequeños grupos de
hombres africanos que colaboraron con la trata de esclavos aumentaron su poder
sobre las mujeres haciéndose polígamos y explotándolas como agricultoras. En
Europa, las mujeres que venían perdiendo sus tierras no pudieron acceder
siquiera a los (bajos) salarios que consiguieron los hombres. La dependencia material hacia sus parientes
hombres se incrementó enormemente y los estados aprovecharon la pobreza de las
mujeres para crear prostíbulos públicos y satisfacer a los jóvenes,
distrayéndolos de luchar contra el capital. Pero la forma más perversa para
someter el mundo femenino fue la caza de brujas, que asesinó 200 mil mujeres y
provocó un verdadero terrorismo ideológico haciendo que las mujeres dejaran de
participar del ámbito público y se vieran obligadas a aceptar un férreo control
sobre su vida personal y pública. A su vez, en América, las mujeres
indígenas que ocupaban cargos políticos en sus pueblos y heredaban tierras de
sus padres o maridos, perdieron por ley estos derechos, fueron perseguidas por
sus prácticas religiosas y tuvieron mayores dificultades para seguir sus
actividades comerciales por el control militar ibérico.
A
su vez, los hombres de todos continentes fueron supermasculinizados,
presionados a rechazar afectos humanos considerados femeninos y adoptando una
mayor violencia en su forma de relacionarse con mujeres y otros hombres. Las
formas individuales de ser que no se restringían a una distinción rígida entre
lo masculino y lo femenino, las afectividades y prácticas sexuales fuera de la
monogamia y la heterosexualidad fueron perseguidas con saña. Con todo ello, el
capitalismo colonial/moderno dio lugar a un empobrecimiento emocional a nivel
comunitario y personal que contribuyó decisivamente a la derrota de las luchas
que se le resistían.
Este conjunto de acciones ha
venido expandiéndose y sofisticándose a lo largo de los siglos. Así, las
feministas negras en Estados Unidos mostraron como, durante todo el s. XX, el
gobierno ha desplegado numerosas estrategias -incluidas investigaciones históricas
distorsionadas y el direccionamiento de películas, programas de televisión y
noticieros- para masculinizar a los hombres negros, debilitando las comunidades
negras y, así, manteniendo a las y los afrodescendientes en los empleos más
explotados. Igualmente, el proceso de evangelización e inducción al alcoholismo
de pueblos indígenas en toda América ha sido una forma de virilizar a los
hombres, aumentar su violencia contra las mujeres e impedir la cohesión contra
la expansión capitalista. La violencia extrema que hoy viven todos los países
latinoamericanos, especialmente México, Honduras y Colombia, no podría ser
comprendida si no percibimos la masculinización que lleva a tantos jóvenes a
arriesgar su vida por un éxito fugaz en el tráfico de drogas.
Pero
si los hombres no nos dimos cuenta del empobrecimiento emocional que el cambio
de los patrones de género impulsado por el capitalismo nos ha causado, las
mujeres lo hicieron. Su resistencia fue constante en los últimos 500 años,
siendo que en las últimas décadas han alcanzado victorias cuya importancia no
es difícil reconocer.
Pero
el momento actual de usurpación de tierras en América ha reimpulsado la
política de masculinización: la gran mayoría de los trabajos ofrecidos por las
empresas extractivistas son para los hombres de las comunidades afectadas, quienes, más lejos de las necesidades de cuidado
de sus familias, son más susceptibles de ser seducidos por las promesas
individualistas y a corto plazo del capital. Las mujeres, en cambio,
constituyen la gran mayoría de las personas que resisten a la nueva ofensiva
sobre sus territorios y en muchos casos se hacen con el liderazgo de los
procesos.
La
lucha por la persistencia de la vida en la tierra es incierta, pero el fracaso
será seguro si no reflexionamos sobre el género. Este espacio del fanzine busca
contribuir a ello, privilegiando las palabras de activistas e intelectuales de
nuestro continente, en su mayoría indígenas, entre ellas Lucila Choque, Aura
Cumes, Julieta Paredes o Rita Segato. Pero también haremos eco de las luchas y
teorías de afroestadunidenses como Angela Davis y bell hooks o europeas como
Silvia Federici y Arlette Gautier. Todas estas activistas y autoras, junto a
otras que no pude citar, fueron quienes levantaron el conjunto de informaciones
y reflexiones sobre los cuales esta nota ha sido escrita.
Danilo! Cambia el color de la fuente... No se ve nada jajaja
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