“Los futbolistas somos artistas y, por tanto, somos los únicos que tenemos
más poder que sus jefes”, dijo Sócrates una vez. Ello solo habrá sido
totalmente verdad en la época de la Democracia Corinthiana,
de la cual él fue parte. Esta experiencia única en el fútbol brasileño, que duró
entre 1982 y 1985, consistió en la toma de decisiones colectivas sobre los más
variados temas: cuales jugadores serían contratados, a cuales no se les renovaría,
cuales jugarían. Abolieron también las concentraciones. Las decisiones eran
tomadas por los votos de jugadores, comisión técnica, directivos y trabajadorxs, valiendo lo
mismo el voto del presidente del club, el de cada una(o) del personal de limpieza o el de un jugador suplente.
La experiencia fue interesantísima: si a finales de 1981 la pésima gestión
económica había supuesto una peor campaña deportiva, en los siguientes dos años
el Corinthians ganó dos títulos del campeonato paulista y no sólo se saldaron las
deudas, sino que la caja del club registró un positivo de tres millones de dólares. Además, el equipo estampó en sus camisas frases de apoyo a la lucha por el regreso a la democracia en el país.
Pero tras dos años de malos resultados deportivos (1984 y 1985) y la
progresiva importación del modelo empresarial europeo de gestión deportiva en
el país, la democracia se deshizo. Nuevamente y como casi siempre, los jefes
del fútbol volvieron a utilizar la sangre de los artistas para vivir. El eterno
problema del fútbol y del mundo: la expropiación del poder.
Sócrates intentó entonces suerte en la Fiorentina, pero le fue
muy mal: en el equipo había una división entre dos grupos y Sócrates hizo que
todos se sentaran en una mesa para conversar y logró con ello la enemistad de
todos. Se fue de Italia, además, con la fuerte sospecha de que sus ex-compañeros
amañaban partidos.
Entonces recibió una invitación para jugar en el Flamengo, la cual aceptó
porque le fascinaba la idea de jugar con Zico. Pero igual le fue mal: se lesionó
por un tiempo, jugó tres partidos con Zico y este se lesionó. Al final, después
de ocho meses en los cuales nunca le pagaron, se marchó.
Se fue entonces al Santos, para terminar su carrera con otra mala
experiencia. Basándose justamente en la fama de Sócrates, el Santos logró un
contrato para hacer algunos juegos por Asia. Una vez allá, los dirigentes del
equipo empezaron a aceptar otras invitaciones, explotando al máximo la salud de
sus jugadores, por lo cual Sócrates se tomó un avión de regreso.
Aparte de sus carrera en los clubes, fue capitán de la más bella selección
brasileña de los últimos 30 años, la del Mundial de España de 1982.
Fuera de los campos, ejerció de médico y escribió por muchos años una
columna en la revista ‘de izquierda’ Carta Capital, en dónde defendía el fútbol-arte
y denunciaba la corrupción generalizada en el deporte. Fue por un tiempo también
entrenador y buscó implementar ‘democracias’ en sus clubes y aunque disfrutó de
las experiencias, se reía de los conservadores que eran los futbolistas en el ejercicio
de su autodeterminación.
Pero parte de su insurgencia estaba en el consumo del alcohol y del tabaco.
En este año tuvo fuertes infecciones hepáticas que lo llevaron a ser internado
tres veces. Tardó mucho en caer en la cuenta de los males que puede causar el
alcohol. Había hablado con sus amistades que iniciaría una campaña de reflexión
al respecto. Pero no le alcanzó. Nos dejó hoy día, a sus 57 años. Día en que el
Corinthians ganó y le dedicó su quinto campeonato brasileño.
Vai na paz, doutor
Sócrates.
Danilo de Assis
Clímaco
Brígido, no tenía idea. Un grande.
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