lunes, 25 de abril de 2011

¿Cuando se sabe, cuando se comprende?

A mis estudiantes, para que tengamos confianza en nuestras cabezas

Hacia el 2002 teníamos un grupo de discusión en Brasilia y una vez nos propusimos discutir el texto Civilidade dissimulada, de Homi Bhabha. No voy a hablar del texto sino de mi relación con él, que supongo haber sido parecida a la que mis compañerxs de grupo tuvieron con el mismo, pese a que quizás mi memoria me juegue una mala pasada.

Creo que estábamos en todas las reuniones Marcelo, Anand, Ernesto y Cacá y el texto nos resultó bien difícil de comprender. En el primer día de discusión no nos salió nada, intentábamos articular algunas ideas sobre por dónde iba el texto, leíamos algunos fragmentos, pero nada de encontrarle sentido. Entonces decidimos que en una semana volveríamos a discutirlo. Lo releí algunas veces con harta atención, pero seguí sin comprenderlo. Se pasó la semana y en la segunda reunión igual no la veíamos. Entonces empezamos a leer el texto desde su inicio, en voz alta, e íbamos tejiendo algunas reflexiones, pero literalmente no avanzamos mucho, creo que llegamos solo a la tercera o cuarta hoja en una reunión que habrá durado más de hora. Y nos dimos otra semana más para leerlo.

Entonces yo ya estaba harto, no sé los otras cuatro. Cuando recordaba que tenía que releer aquél texto, me sentía empalagado, no lograba volver a abrirlo y solo alcancé a obligarme el día antes de la reunión. Pero cuando empecé a leer, comprendía todo. Me quedé muy sorprendido. Yo ya habría reflexionado sobre experiencias anteriores en que textos muy difíciles se me hacían comprensibles tras algunos días o semanas, pero nunca me había sido tan evidente y repentina la distinción entre no tener ni idea y tenerlo todo claro. Entonces, bueno, me fui a la tercera reunión contento porque había descifrado el texto pesado ese y resultó que también lo habían hecho mis compas del grupo. Incluso, con poco respeto a nuestras limitaciones recientes, Ernesto llegó a decir algo como ‘este texto no ofrece ninguna dificultad’.

Personalmente, yo había tenido una intuición que se me volvió fundamental para mi actividad pensante el verano del 2001: había comprado dos libros de Judith Butler en Buenos Aires, libros absolutamente intragables si los buscas comprender frase por frase. A mitad del primero decidí que lo iba a leer sin detenerme mucho en lo que no comprendía, un poco como si fueran noticias seguiditas de periódicos y la verdad es que resultó bastante bien. La información me iba entrando en la cabeza tarde o temprano y desde entonces viene siendo ese mi proceder general de lectura. Leo y lo que entra en mi cabeza entró. A veces tardo bastante, años, para darme cuenta que comprendí algo.

Eso es un poco lo que busco explicarles a mis estudiantes, para que no tengan miedo de textos difíciles. Siento que perdí mucho tiempo tratando a los textos con más respeto que se lo merecían y que ese aprendizaje puede servir a otras personas. Obviamente sé que no siempre se puede leer un texto más o menos críptico sin cierta angustia, sin sentir necesidad de comprensión más o menos inmediata. Sé también que cada quién tiene su ritmo, su propia manera de aprender, que tendrá – si le interesa – que pensar al respecto y descubrir sus propios ritmos. Lo que tiene de graciosa esa experiencia del grupo de Brasilia es, personalmente, la velocidad del cambio entre no-comprensión/comprensión y, grupalmente, que nosotrxs cinco hayamos tenido un ritmo bastante parejo en nuestra interacción con el texto. Eso último todavía no me lo explico.

2 comentarios:

  1. Muy pertinente texto, Danilo. También me pasaba eso de la angustia acerca de un texto dificil pero lo que dices es apropiado... dejar que el texto fluya sin presionarse frase por frase. Y bueno, releer con calma, como yendo por territorios.

    ResponderEliminar
  2. Também gostei do conselho, deixar o texto ir entrando pelos poros...
    Parabéns pelo blog!

    ResponderEliminar