miércoles, 7 de mayo de 2014

Introducción al área de Género, comunidad y alternativas, del fanzine de Retos, Red Trasnacional Otros Saberes

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Danilo de Assis Clímaco

Lo comunitario viene siendo considerado en las más diferentes tendencias de izquierda como el campo privilegiado de construcción de alternativas al patrón mundial de poder capitalista y colonial/moderno. El s. XX enseñó que las formas de organización de los pueblos que no mantienen una cohesión efectiva entre sus integrantes dan lugar a élites dirigenciales que se distancian progresivamente de quienes originalmente provenían. 
Reina y jefa militar angolana Nzinga, sentada sobre
uno de sus guerreros, dialoga con portugues
Sin embargo, salvo importantes grupos de mujeres, han sido muy pocas las reflexiones y las acciones que han tomado en cuenta la diferencia de género en la constitución de lo comunitario. Hace décadas que debió empezar un debate masivo al respecto, incluyendo todos los sectores de la izquierda, sus hombres y mujeres. Que lo sigamos postergando podrá costar una nueva derrota de las luchas populares, puesto que el género toca en lo más íntimo nuestras relaciones intersubjetivas y materiales: la identificación personal, la familiar y la comunitaria están profundamente relacionadas con el modo en el que percibimos e incorporamos lo femenino y lo masculino. Nuestras maneras de sentir (amar, temer, sufrir…), de movernos, de (inter)actuar, de pensar, quedan profundamente asociadas a cómo se vive, se experimenta o se comprende el género. Por ello, un tejido comunitario cohesionado depende, en gran medida, de relaciones de género dónde lo masculino y lo femenino no estén opuestos, sino interrelacionados, permitiendo una enriquecida vida emocional, corporal, intelectual y colaborativa.
            Así, no sorprende que, en los últimos 500 años, los grupos dominantes hayan desplegado mundialmente una serie de estrategias que presionan los pueblos a asumir formas de relaciones de género que deterioraron los lazos comunitarios. Hay un gran número de ejemplos históricos mostrándonos que antes de 1500, en la mayoría de las sociedades, sean de África, América o Europa las mujeres tenían importante poder a nivel económico, político, espiritual y social. Había superioridad masculina, pero en la mayoría de los casos, las mujeres eran propietarias de tierras, sacerdotisas, productoras y mercaderas de bienes; en muchos otros eran autoridades comunales o guerreras y por veces jefas militares máximas. Así, aun sin haber igualdad entre hombres y mujeres, ellas no estaban imposibilitadas para tomar decisiones sobre si y sobre sus pueblos como lo estuvieron después de la expansión colonial capitalista. 
Iniciado el proceso de violencia expropiadora y explotadora que daría lugar al capitalismo: colonización en América, tráfico de seres humanos en África y cercamiento de tierras en Europa, los grupos dominantes no se demoraron en desarrollar estrategias de división comunitaria mediante la manipulación del género. Sobre todo se propició un aumento en la jerarquía entre hombres y mujeres de los pueblos dominados, para promover el colaboracionismo de los hombres. Por ejemplo, los pequeños grupos de hombres africanos que colaboraron con la trata de esclavos aumentaron su poder sobre las mujeres haciéndose polígamos y explotándolas como agricultoras. En Europa, las mujeres que venían perdiendo sus tierras no pudieron acceder siquiera a los (bajos) salarios que consiguieron los hombres. La dependencia material hacia sus parientes hombres se incrementó enormemente y los estados aprovecharon la pobreza de las mujeres para crear prostíbulos públicos y satisfacer a los jóvenes, distrayéndolos de luchar contra el capital. Pero la forma más perversa para someter el mundo femenino fue la caza de brujas, que asesinó 200 mil mujeres y provocó un verdadero terrorismo ideológico haciendo que las mujeres dejaran de participar del ámbito público y se vieran obligadas a aceptar un férreo control sobre su vida personal y pública. A su vez, en América, las mujeres indígenas que ocupaban cargos políticos en sus pueblos y heredaban tierras de sus padres o maridos, perdieron por ley estos derechos, fueron perseguidas por sus prácticas religiosas y tuvieron mayores dificultades para seguir sus actividades comerciales por el control militar ibérico.
            A su vez, los hombres de todos continentes fueron supermasculinizados, presionados a rechazar afectos humanos considerados femeninos y adoptando una mayor violencia en su forma de relacionarse con mujeres y otros hombres. Las formas individuales de ser que no se restringían a una distinción rígida entre lo masculino y lo femenino, las afectividades y prácticas sexuales fuera de la monogamia y la heterosexualidad fueron perseguidas con saña. Con todo ello, el capitalismo colonial/moderno dio lugar a un empobrecimiento emocional a nivel comunitario y personal que contribuyó decisivamente a la derrota de las luchas que se le resistían.  
Este conjunto de acciones ha venido expandiéndose y sofisticándose a lo largo de los siglos. Así, las feministas negras en Estados Unidos mostraron como, durante todo el s. XX, el gobierno ha desplegado numerosas estrategias -incluidas investigaciones históricas distorsionadas y el direccionamiento de películas, programas de televisión y noticieros- para masculinizar a los hombres negros, debilitando las comunidades negras y, así, manteniendo a las y los afrodescendientes en los empleos más explotados. Igualmente, el proceso de evangelización e inducción al alcoholismo de pueblos indígenas en toda América ha sido una forma de virilizar a los hombres, aumentar su violencia contra las mujeres e impedir la cohesión contra la expansión capitalista. La violencia extrema que hoy viven todos los países latinoamericanos, especialmente México, Honduras y Colombia, no podría ser comprendida si no percibimos la masculinización que lleva a tantos jóvenes a arriesgar su vida por un éxito fugaz en el tráfico de drogas.
            Pero si los hombres no nos dimos cuenta del empobrecimiento emocional que el cambio de los patrones de género impulsado por el capitalismo nos ha causado, las mujeres lo hicieron. Su resistencia fue constante en los últimos 500 años, siendo que en las últimas décadas han alcanzado victorias cuya importancia no es difícil reconocer.
            Pero el momento actual de usurpación de tierras en América ha reimpulsado la política de masculinización: la gran mayoría de los trabajos ofrecidos por las empresas extractivistas son para los hombres de las comunidades afectadas, quienes, más lejos de las necesidades de cuidado de sus familias, son más susceptibles de ser seducidos por las promesas individualistas y a corto plazo del capital. Las mujeres, en cambio, constituyen la gran mayoría de las personas que resisten a la nueva ofensiva sobre sus territorios y en muchos casos se hacen con el liderazgo de los procesos.
            La lucha por la persistencia de la vida en la tierra es incierta, pero el fracaso será seguro si no reflexionamos sobre el género. Este espacio del fanzine busca contribuir a ello, privilegiando las palabras de activistas e intelectuales de nuestro continente, en su mayoría indígenas, entre ellas Lucila Choque, Aura Cumes, Julieta Paredes o Rita Segato. Pero también haremos eco de las luchas y teorías de afroestadunidenses como Angela Davis y bell hooks o europeas como Silvia Federici y Arlette Gautier. Todas estas activistas y autoras, junto a otras que no pude citar, fueron quienes levantaron el conjunto de informaciones y reflexiones sobre los cuales esta nota ha sido escrita.

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